domingo, abril 21, 2013

EL TURISMO y la PENINSULA DE PARAGUANA




El vehículo en movimiento advierte el paso del salitre, esa sustancia de la que esta formada la tierra de Manaure. Dejando detrás la otrora capital venezolana, Coro, y su zona colonial Patrimonio Mundial de la Humanidad; la brújula señala destino hacia la Península de Paraguaná. Lejos va quedando el bullicio citadino y los exploradores comienzan a sentir ese aroma tan palpitante: Mar Caribe, tierra húmeda bordada con algas multicolores, espuma crepitante, blanca, dispuesta a recibir con seductor placer al ávido visitante de estas tierras, poseedoras de un pasado histórico y una belleza natural de incalculable valor. 
La tarde marca en el horizonte un fulgor ígneo, consagrando el encuadre propicio para una bandada de gaviotas, surcando la delgada línea entre el mar y la tierra firme. Finas partículas de arena eólica, denominada así por desplazarse  con el viento, conformando extensiones de dunas que son espectáculo admirado en el Parque Nacional Médanos de Coro. 
A los costados de la carretera la vía empieza a mostrar signos del Istmo que une a la Península con la plataforma continental. Un silencio prolongado marcó el trayecto del equipo Paralelo 10 a través de esta épica geografía. La vegetación se muestra a rasgos intermitentes, entre montículos de arena, burros silvestres y caminos áridos se observa el esplendor del Caribe irrumpiendo con fuerza en las costas paraguaneras. 
Durante el trayecto, de repente se asoma hacia el Nor-Oeste la mítica orografía del Cerro Santa Ana, mostrándose con sus 830 msnm  como un solitario promontorio testigo del trajín de los vientos alisios. La tarde con sus ocres y anaranjados destellos le otorga una textura onírica al paisaje, invitando a la reflexión, al goce y conexión del hombre con esta indómita naturaleza venezolana. El pueblo de El Supí, da cobijo al equipo Paralelo 10, ofreciendo lugar de pernocta. La mañana siguiente, marca el inicio del acercamiento del grupo de viajeros con parte de la naturaleza circundante. 
Reserva Biológica Montecano
El alba muestra sus primeros destellos a la orilla del mar. El calor de los pocillos de peltre se funde con un pronunciado olor a café recién colado. Luego de la típica reunión matutina, el equipo traza rumbo Oeste hasta el pueblo de San José de Cocodite. En el cielo, algunas nubes grises asoman la posibilidad de tormenta, en un lugar donde la lluvia escasea, unas cuantas gotas son suficientes para teñir de verde este árido territorio. 
Un ecosistema de impresionante biodiversidad, de bellezas escondidas en el rostro de sus habitantes. La Reserva Biológica Monte Cano, conforma 1600 hectáreas; es un ambiente xerofito con un delicado entramado de vida, en donde desde el año 1987 bajo convenio entre la Universidad Experimental Francisco de Miranda, la comunidad de Cocodite y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) se llevan a cabo labores de conservación de la biosfera. 
Este trabajo mancomunado con sus lugareños, es una muestra de cómo las comunidades están sensibilizándose ante el hecho de preservar sus espacios naturales, espacios propicios para la vida. Recorriendo sus senderos, el reservorio natural muestra a cada paso, la presencia de especies animales y vegetales de importancia no solo para la ciencia, sino también para  turistas y viajeros que se inclinan por los espacios abiertos. 
En su punto más alto, los vientos regalan el frescor del mar, la vista puede recorrer  una densa extensión de bosque xerófilo hasta toparse con la mística efigie del Cerro Santa Ana.  Desde este lugar, el equipo da por terminada esta primera incursión a estos espacios sagrados, donde el silencio cobija el trino constante del Cardenal Rojo (Cardinalis cardinalis), un sitio ancestral, que invita al viajero a recorrer su extensa geografía. 




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