viernes, julio 05, 2013

Las Fuentes Termales y el Turismo




Por Francisco M. Escalona
El post anterior aludí a la frase de Paul Ossipow en la que comparaba la noción de turismo con el color del viento. Para Ossipow, la presunta dificultad y la supuesta complejidad del turismo se basan en la mezcla de dos cosas diferentes que practican una y otra vez los turisperitos. Unas veces hablan del turismo como doctrina o disciplina y otras se refieren al turismo como fenómeno social pero sin deslindarlas debidamente.

Si a ello agregamos que unas veces llamamos turismo a “lo que hace un turista” y otras a la “afición generalizada (masiva) a hacer viajes de vacaciones” sin dejar de llamar turismo al “indeterminado conjunto de servicios que facilitan esos viajes vacacionales” al mismo tiempo que le llamamos turismo al conjunto igualmente indeterminado de los servicios o recursos que justifican la realización de dichos viajes” nadie debería extrañarse de que terminemos por dar crédito a la mostrenca creencia de que la noción de turismo sea tan compleja como la del color del viento. Creencia no solo mostrenca sino entorpecedora para quien se proponga la tarea de estudiar el turismo con vistas a entenderlo con el sano propósito de lograr una explicación que merezca el calificativo de científica.

Como vengo demostrando desde fines de la década de los ochenta, ese propósito aun no se ha conseguido. La doctrina convencional, producto de una combinación de diferentes disciplinas, adolece de anomalías tan graves que aun no ha logrado identificar objetivamente el turismo al margen de quien lo practica. Tan es así que se ve en la humillante necesidad de llamar turismo a todo aquello que hacen o consumen los turistas, los cuales son concebidos como consumidores desplazados de su lugar de residencia. Consumidores que, se insiste inútilmente, en diferenciarlos de los consumidores no desplazados o incluso de los que se desplazan por motivos no vacacionales. El resultado es cualquier cosa menos un corpus explicativo de naturaleza científica. Para evitar que esta condición lastrante no se note, los jurisperitos, sobre todo los que enseñan en las universidades y escuelas, visten sus explicaciones con ropajes académicos aparentemente convincentes, algo que sin duda consiguen, llevando con ello a embaucar a los discentes hasta conseguir que estos hagan suyas las pseudo teorías que logran inculcarles.

Como saben los lectores que están informados de mis desarrollos teóricos en esta disciplina, mi propuesta es extremadamente sencilla, clara y contundente. Llamo turismo o producto turístico a un programa de visita con contenido. Desde la evidencia empírica de esta premisa llamaremos empresa turística solo y exclusivamente a aquellas que se dedican a ofrecer programas de visita con contenido en el mercado. En consecuencia, turista es un consumidor que compra en el mercado programas de visita con contenido. De esta forma tan meridiana quedan identificadas la oferta y la demanda, las dos fuerzas con cuya interactuación dan lugar al mercado de programas de visita con contenido, es decir, el mercado turístico.

¿Existe en realidad el mercado turístico así definido? Y si existe, ¿desde cuando existe? Si acudimos a la pequeña pero apasionante historia de la vida cotidiana con la premisa propuesta nos daremos cuenta de que las fuentes termales encarnan de un modo paradigmático nuestra propuesta. Desde la más remota antigüedad, el hombre ha valorado las cualidades terapéuticas de ciertas aguas y, en consecuencia, ha acudido a ellas, a veces desde lugares muy alejados, buscando remedio a sus males. Como consecuencia de tal demanda, no tardaron en aparecer emprendedores que ofrecieron servicios facilitadores (alojamiento y refacción) junto con la oferta de baños o ingesta de las aguas conformando con ambos elementos programas de visita con contenido. No cabe la menor duda de que los balnearios termales son los primeros oferentes de turismo que existieron. El ejemplo pasó desapercibido. La explicación se encuentra en la tan peculiar como superficial formación de una doctrina, incapaz de alumbrar que el termalismo ha sido desde sus inicios un claro ejemplo de turismo.

 Las fuentes termales funcionan como servicios incentivadores pero tienen la capacidad de funcionar también como establecimientos productores de turismo, es decir, de programas de estancia con contenido. A ningún turisperito se le podía pasar por las mientes estudiarlo como tal, entre otras cosas porque las motivaciones del termalismo no parecen placenteras sino saludables. Hoy estas motivaciones, junto con otras, ya nadie las excluye. Pero si se hubieran incluido a tiempo, la teoría del turismo se habría construido sobre la base de la producción y consumo de programas de visita con contenido. De haber ocurrido así, se habría evitado un corpus doctrinario tan farragoso y falsamente científico como el que desde fines del siglo XIX hegemoniza el pensamiento turístico.

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