Sobre la primera viene a cuento exponer que hay quien sostiene que hay turistas desde que existe la especie humana. Se basan quienes así lo creen en que el hombre es un animal racional semoviente que se desplaza de un lugar a otro gracias a sus extremidades locomotoras. Lo que no aclaran es si ya desde sus comienzos el hombre se movía por el territorio por gusto ya que quienes profesan esta creencia también creen que turista es el que hace viajes de placer. En cualquier caso, antes de dilucidar si el hombre viaja por placer desde que existe habría que averiguar si desde sus comienzos el hombre hacía viajes de ida y vuelta. Porque si no los hacía es obvio que no podía ser turista.
Frente a quienes sostienen que el turista tiene la edad del hombre, dos millones y medio de años, están los que aseveran que el turista existe desde mediados del siglo XX siguiendo al sociólogo del tiempo libre, el francés Joffre Dumazedier (1915 – 2002) aunque estos se refieren al turismo más que al turista ya que para ellos para que haya turismo es preciso que el número de turistas sea masivo.
Personalmente sostengo que la condición necesaria para que se practique el turismo es que el hombre se desplace por el territorio, pero la condición necesaria y suficiente es que existan culturas sedentarias, las cuales aparecieron a partir del neolítico, hace unos diez o doce mil años. Pero aunque el turista existe desde que hay culturas sedentarias el turismo no tiene diez o doce mil años ya que faltaba la dimensión cuantitativa, es decir, que los desplazamientos de ida y vuelta fueran practicados por un número socialmente significativo de hombres. Y para que fuera así era necesario que el hombre hubiera rebasado un nivel mínimo de desarrollo y de riqueza.
Lo más probable es que el nivel de desarrollo y riqueza suficiente se alcanzara gracias a la aparición de asentamientos urbanos de cierto tamaño, lo que pudo acaecer hace unos cinco mil años.
Por ello el turismo ni es tan antiguo como la especie humana ni tan reciente como dice Dumazedier. Homero nos dejó en la Iliada el relato de una de las guerras más famosas de la historia, la guerra de Troya, la cual tuvo lugar en el siglo XII a. de C. Hace pues unos tres mil años. El gran poeta griego también nos dejó con la Odisea el relato de la vuelta a su patria de uno de los guerreros que participaron en la guerra de Troya, Ulises. Ambos documentos atestiguan que ya entonces se hacían desplazamientos circulares de una forma socialmente destacada, primero para asediar la ciudad de Troya y después para el regreso de los guerreros a su lugar de origen.
Desde entonces se sabe con certeza que se hacían viajes de ida y vuelta pues tenemos obras que lo atestiguan, los libros de viaje, tal vez el género literario más antiguo de la humanidad. Incluso se puede decir que también fueron las primeras fuentes de difusión del conocimiento del mundo. No en vano llamamos viajero por antonomasia al que va a países más o menos lejanos contar para, al volver, contar, oralmente o por escrito, lo que ha visto. Uno de los más ilustres viajeros fue Herodoto de Halicarnaso, considerado el padre de la historiografía y la geografía.
Su obra, en nueve libros, se titula Historia, palabra que significa «investigaciones y exploraciones» (de isto «saber, conocer»), escrita hacia el año 444 a. C. en Panhellen, la colonia turia que él ayudó a fundar. Los nueve libros de la historia se consideran una fuente importantísima de conocimiento del mundo antiguo y la primera descripción de ese mundo. El famoso su primer párrafo, en el que el autor - viajero declara solemnemente:
“Herodoto de Halicarnaso presenta aquí las resultas de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones de los hombres y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido; da también razón del conflicto que puso a estos dos pueblos en la lid”
En esta frase se muestra con claridad que entre las acciones acometidas por los hombres estaban ya desde muy antiguo los desplazamientos circulares por el territorio conocido y por conocer. Los libros de viaje no son guías para ir a los países descritos en ellos pero son sus más claros precedentes.
Lo más parecido a una guía de viajes circulares (turísticos) apareció setecientos años después de la Historia de Herodoto y se llama Descripción de Grecia. Fue escrita por el griego Pausanias en diez libros y en ellos se describen las regiones de Grecia en el sigo II de nuestra era. Tiene pues mil ochocientos años. Pausanias era un ferviente admirador de la época más gloriosa de la antigua Grecia, el periodo que va del siglo V al IV a. de C. Narra la historia de aquella espléndida civilización destacando los escenarios más relevantes en los que tuvo lugar: las ciudades y los templos, pero sin olvidar sus más destacados protagonistas, sus dioses y creencias, sus obras de arte, sus monumentos y sus costumbres. La guía empieza así:
“Delante del continente griego en dirección a las islas Cicladas y al mar Egeo se extiende Sunio, promontorio del Ática. Costeándolo hay un puerto, y en la cima del promontorio, un templo de Atenea Suníada”.
Pausanias muestra con su descripción que ya era consciente de todo lo que podía interesar a cualquier visitante de Grecia. Se basaba en lo que a él le interesó para deducir lo que podía interesar a los demás visitantes. No obstante, ya en el primer párrafo cae en uno de los defectos que iban a tener las verdaderas guías que estaban por venir: la imprecisión y la información errónea provocadas por la superficialidad con la que se hacen. En efecto: Como se sabe, el tempo de Sinión no estaba dedicado a Atenea sino a Poseidón.
Por ello, las guías de viajes, que fueron en su día un medio de transmisión de conocimiento e información no fueron nunca plenamente de fiar. En la antigüedad no era posible detectar los errores, pero quedó de manifiesto años más tarde que sus descripciones dejaban mucho que desear y por ello fueron sustituidas como medio de conocimiento por trabajos de investigación mejor fundamentados.
Ya en el siglo IV habría que citar a la monja gallega Egeria, que tal vez fuera hermana de Gala, la mujer de Prisciliano. Esta hipótesis, como se apunta en Wikipedia, y su cualidad de mujer independiente y audaz, así como su origen galaico, han servido como base para adscribirla al movimiento priscilianista. Algunos datos sobre los que no parece haber discusión son su ascendencia noble, su posición económica acomodada y su notable cultura. En sus escritos se revela como una mujer de profunda religiosidad pero también (en boca de la propia Egeria) de ilimitada curiosidad.
Visitó los Santos Lugares (Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia, Asia Menor y Constantinopla), en un largo viaje hecho entre los años 381 y 384, y recogió sus impresiones en su obra Itinerarium ad Loca Sancta, libro que alcanzó notable difusión durante la Edad Media porque narra de forma de una forma animada y minuciosa el citado viaje que le llevó por el sur de hoy Francia y el norte de Italia navegando por el Adriático para llegar a Constantinopla en 381. De ahí partió a Jerusalén y visitó Jericó, Nazaret y Cafarnaúm. Partió de Jerusalén hacia Egipto en 382, visitó Alejandría, Tebas, el mar Rojo y el Sinaí. Visitó luego Antioquia, Edesa, Mesopotamia, cruzó el río Éufrates, pasó por Siria y desde aquí regresó por Constantinopla. No cabe descartar que sus anotaciones pudieran haber servido como guía por quienes se propusieran viajar a esta parte del mundo.
Con toda seguridad, a la guía de Pausanias y al Itinerarium de Egeria siguieron obras similares. Attilio Brilli, profesor de la Universidad de Siena, se refiere, en su obra El viaje a Italia, a que los primeros libros de viaje y las rudimentarias guías, que especificaban los recorridos a través de los distintos países europeos, se debían casi siempre a los peregrinos.
Se trataba, según él, de guías en las que se informaba sobre los principales núcleos urbanos por los que atravesaban los caminos así como a las ventas, mesones y albergues existentes, a los pasos de montaña especialmente difíciles, a si los ríos contaban con vados, a los puertos de embarque y a la distancia aproximada entre etapas. En el siglo XII aparece una de las más famosas guías antiguas al servicio de los peregrinos. Se trata del Codex Calixtino, manuscrito francés que se conserva en la Catedral de Santiago de Compostela (mejor dicho, se conservaba, porque, desgraciadamente, ha sido robado en junio de 2011) y que sirvió durante siglos como guía para los franceses que hacían el Camino de Santiago.
El Codex, en su parte informativa, es un conjunto de consejos, descripciones de la ruta, de las obras de arte destacadas y hasta de las costumbres de la gente que vivía en los núcleos por los que había que pasar. Habida cuenta de la desgracia de su reciente robo desarrollo más su descripción en una nota a pie de página.[1]
Como Guía del peregrino,el Codex destaca, como ya he dicho, todo aquello que puede ser de utilidad para el caminante, las dificultades del viaje, los alojamientos (hospitales) donde pernoctar y los accidentes geográficos y los peligros que encontraría a su paso. Finalmente, describe la ciudad de Santiago y su catedral con gran lujo de detalles. El Codex es considerado como el más ilustre precedente las guías de viaje que en los siglos venideros serían tan frecuentes. En él están ya presentes las dos notas que las iban a caracterizar las guías: un ordenado repertorio de datos útiles y ser usado por una cantidad masiva de usuarios.
Muy próximo en el tiempo del Codex es el Itinerarium, la obra de Mattew Paris (1200 – 1259), un monje benedictino inglés, cronista y afamado miniaturista, que pasó una larga estancia en Paris, donde estudió (de ahí el apodo). Esta obra, de título ciertamente muy expresivo, fue muy utilizada como guía de viajes en su época, en la cual eran muy frecuentes los desplazamientos de monjes y clérigos por los países europeos de monasterio en monasterio por motivos ciertamente piadosos pero también de investigación pues, como se sabe, el saber estaba residenciado en los monasterios.
Un siglo después, en 1338, aparece el Itinerario al sepulcro di Nostro Signore Gesú Cristo, más conocido como Itinerarium sicarium. Su autor es Petrarca (1304 – 1374), quien lo escribió para Giovanni da Mandello, un joven culto, curioso y apasionado por la historia, que a la sazón era el gobernador de Bérgamo. Petrarca declinó la invitación que Giovanni le hizo de acompañarle en el viaje que hizo a Jerusalén. En su lugar le regaló el Itinerarium sicarium ya que el poeta había recorrido sin descanso muchos caminos “desafiando la adversidad de los hombres y las inclemencias del clima” (A. Brilli)
[1] El libro quinto del “Codex Calixtinus”, el “Liber Peregrinationis”, comprende 21 folios que van del 163 al 184, lo que se consideró un relato corto. Desde 1610 pasó a ocupar el cuarto lugar al desgajarse la “Historia Turpini”, figurando con las denominaciones “Liber IIII us” y “Codex quart us”. Fue escrito por un clérigo de la región de Poitou del que nada se sabe, que decía llamarse Aymeric Picaud (Aimericus Picaudus), peregrino jacobeo en dos ocasiones, entre 1127 y 1140. Al margen de las anécdotas, extravagancias e ingenuidades que plasmó aquel hombre, son más los méritos y aciertos por haber puesto orden y concierto en las peregrinaciones jacobeas que se vislumbraban en el siglo XII.
Las trece jornadas que trazó hasta Santiago, pensadas más para marchas a caballo que a pie, contribuyeron a que las gentes que ansiaban postrarse a los pies del Apóstol en Galicia, se esforzasen por superar la incertidumbre que se cernía sobre viaje tan largo como insólito y peligroso.
Aquel clérigo, además de hacer constar las primeras palabras en vascuence que se conocían, ensalzó montes, pueblos y comarcas y denigró cuanto quiso a gentes y costumbres. Su empeño por fomentar las peregrinaciones lo llevaron a recomendar la visita de tumbas y reliquias de santos y mártires, que oportunamente jalonaban la ruta a Santiago. Todas las regiones geográficas por encima del Ebro y Duero aparecen citadas; de las francesas sólo se ocupó de las tierras en que moraban los “bascli” de “bárbara lengua” y los portazgueros que abusaban de los peregrinos.
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