viernes, octubre 11, 2013

UN VIAJE A Oktoberfest de Múnich


Oktoberfest de Munich
Barbado travestido no se inhibe al momento de dejar en claro su hombría.
Para los amantes de la cerveza, ir al Oktoberfest de Múnich es un peregrinaje que mezcla lo humano y lo divino. 

Es un viaje a la tierra prometida en el que olas inacabables de dorada cebada, a 9.75 euros el litro, fluyen repartidas en 14 carpas que llegan a albergar en total más de 100 mil sedientos peregrinos al mismo tiempo.

El peregrinaje se inicia muy temprano en el München Hauptbahnhof, estacion central ferroviaria de Munich, donde llegan los trenes procedentes de toda Bavaria e inclusive Austria, repletos de devotos del lupulo germano.

Una verdadera procesión de muchachos conlederhosen (pantaloncillos de cuero) y chicas con dirndl (vestido típico bávaro cuya única función pareciera ser el de sacar voluptuosidades hasta en las más escurridas) se extiende por la estación.

Muchos, sobre todo los más jóvenes, bajan de los trenes con cerveza en mano, digamos, para ir acondicionando el cuerpo para lo que les espera. Desayuno de campeones, le dicen.
Pero la travesia no termina al llegar al Festwiesn (campo ferial).

Al que madruga, Byggvir (dios nórdico de la cerveza), lo ayuda. Las colas para entrar a una de las 14 carpas se inicia desde las 7 de la mañana. Apretujados y abrigados (el otoño muniqués se hizo sentir antes de tiempo), esperan con ansias el momento de la apertura de las puertas.

Al ingresar se desata un verdadero juego de las sillas. Los primeros se lanzan sobre las bancas para asegurarse un lugar, lo que es vital para poder gozar sin apuros de la fiesta.

El equipo de Caretas peruano lo comprobaría en carne propia en la carpa Hofbräu Festzelt, conocida mundialmente como la Torre de Babel del Oktoberfest y una de las 14 que se extienden por las 34.5 hectáreas del festival.

“Si no tienen mesa, no hay cerveza, no hay comida“, fue la sentencia de una recia bedienung(meseras con el rictus y actitud de verdaderos soldados prusianos). Sin embargo, conforme fue avanzando la fiesta, las bedienung, conscientes que más vale la propina que las reglas (3 euros por vaso vendido), ofrecian cerveza a diestra y siniestra.

Caminar por los pasillos de esta carpa era tarea temeraria, sobre todo si se viste un coquetodirndl. Los piropos, sobre todo de afanosos italianos y sonrojados bávaros, hicieron más amena la cobertura de esta nota.
Y es que la cerveza fungia de deshinibidor natural que convertía a los extraños en hermanos y alentaba besos furtivos.

Aqui suele decirse que el éxito del festival se mide en lo peculiar de los objetos perdidos y encontrados. Esta edición no se quedó atrás. A los consabidos pasaportes perdidos (1056), billeteras (520) y celulares (320), se sumaron una completa dentadura postiza y un Segway. Por cierto, nadie ha dado noticia aún de una cierta credencial de prensa

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